Cien años buscando sin éxito una vacuna para la
enfermedad infecciosa más mortal de la historia
En plena pandemia de coronavirus, se celebra el Día
Mundial de la Tuberculosis y se cumple un siglo desde que se inventó la única
inmunización disponible y de eficacia limitada contra ella. Aunque aún no se ha
hallado una sustituta convincente, una de los desarrollos de investigación más
prometedores por la vacuna es español
Una mujer enferma de
tuberculosis, en su cama del hospital general de Barawe, en Somalia, en 2016.ANDREW RENNEISEN / GETTY IMAGES
Madrid –
Tal día como hoy, un 24 de marzo de
1882, el médico alemán Robert Koch presentaba en la Sociedad Fisiológica de
Berlín un hallazgo revolucionario: el bacilo mycobacterium tuberculosis,
causante de la enfermedad infecciosa del mismo
nombre que en el siglo XIX era responsable de una de cada
cuatro muertes. Tiempo después, en julio 1921, un niño francés se convertía en
la primera persona en recibir una dosis de una vacuna experimental llamada
Bacilo Calmette-Guérin o BCG en honor a sus creadores, el microbiólogo León
Charles Albert Calmette y el veterinario Camille Guérin.
Partiendo de la inoculación en los
pacientes del microbio vivo y debilitado de la tuberculosis bovina, se demostró
que podía generar anticuerpos en humanos, pero con limitaciones: solo protege
de las formas más graves a los niños, no a adultos, y tampoco funciona contra
la forma más común de la enfermedad, la pulmonar. Pese a que la investigación
por encontrar una sustituta mejor nunca se ha detenido, cien años después aún
no se ha hallado un reemplazo y la tuberculosis se ha convertido en la
infección que más muertes provoca en el mundo –con excepción del 2020 por la
covid-19–, con 1,4 millones de fallecidos en el último año. En los últimos dos siglos ha causado más de mil millones
de víctimas.
Si bien las comparaciones son
odiosas, es inevitable hacerlas después
de ver la movilización que se ha llevado a cabo para hallar un remedio contra
la covid-19, con al menos 82 desarrollos en fase clínica en
solo un año. Mientras, para la tuberculosis existen entre 10 y 15 tras un siglo
de investigación. “Después de mucho tiempo estamos empezando a tener opciones
que, si superan las fases finales de los ensayos clínicos, deberían estar
disponibles en cinco o seis años. La cuestión ahora es, con la experiencia que
hemos obtenido con la covid-19, ver qué hace falta para que la de la
tuberculosis siga por el mismo camino”, se pregunta Cesar Ugarte-Gil,
epidemiólogo del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Peruana
Cayetano Heredia.
Aunque pueda parecer poco, este es el
momento de la Historia en el que hay más investigaciones en curso gracias al
progresivo aumento de la financiación y a la visibilidad internacional pero aún
insuficiente para acabar con esta enfermedad endémica, advierte Alberto
García-Basteiro, epidemiólogo e investigador en el Instituto de Salud Global de
Barcelona (IS Global). La Organización Mundial de la Salud se ha marcado como
meta para 2050 su erradicación, aunque las tendencias actuales apuntan a que
este objetivo no se va a conseguir.
Mientras, la búsqueda de una nueva vacuna avanza lentamente.
Las
dos apuestas ganadoras
Asegura el doctor Ugarte que, si
tuviera que apostar, lo haría por dos prometedoras vacunas, y una de ellas es
española. Se trata de la MTBVAC, la única que utiliza el bacilo vivo y atenuado
de Mycobacterium tuberculosis y que ha sido diseñada siguiendo
el método del creador de estos fármacos, Louis Pasteur, en el siglo XIX: se
trata de una bacteria a la que se le han quitado los genes que la convierten en
peligrosa. Esta ha sido diseñada por el grupo de investigación genética del
doctor Carlos Martín Montañés, de la Universidad de Zaragoza, y Brigitte
Gicquel del Institut Pasteur de París, y desarrollada por los laboratorios
Biofabri.
La investigación comenzó hace 20
años, se hizo una primera prueba de seguridad en adultos en Suiza y en 2015 se probó a mayor escala en
Sudáfrica, uno de los países más endémicos, demostrando que es igual de segura que la BCG.
Actualmente, el equipo de investigación acaba de finalizar la fase IIA de su
ensayo clínico, realizado en 99 bebés en el país africano; en septiembre la
finalizó en otros 144 adultos.
En jerga científica, la fase I es
para evaluar la seguridad, y en la II se analiza la inmunogenicidad, es decir,
la capacidad que tiene un antígeno de activar el sistema inmunitario e inducir
una respuesta inmune. Aunque aún quedan unos meses por delante para obtener
resultados definitivos, estos se prevén optimistas a juicio de Esteban
Rodríguez, CEO de Biofabri. “La impresión es que [la vacuna] es enormemente
segura. Hemos visto que tanto en adultos como niños, incluso con dosis de 10
elevado a s [es decir, inyectar cien mil gérmenes de una sola vez en una
persona] se ha demostrado segura”, celebra Rodríguez.
Pero hay otro hallazgo igual de
importante: “También hemos visto que los parámetros de inmunogenicidad se
repiten en todos los individuos”, añade. Estos resultados, además, deben leerse
teniendo en cuenta otro estudio de la
MTBVAC en macacos, que tienen una inmunidad parecida a la de los humanos, y que
fue publicado en enero de 2021 en la revista científica NPJ-Vaccines. Este
ha demostrado, por primera vez, que la española protege de la infección por vía
respiratoria, la más común, y que lo hace mejor que la BCG. “Lo que se ha visto
es que los parámetros de los macacos vacunados con la MTBVAC son equivalentes a
los que hemos observado en los niños y en los adultos, con lo que esto nos está
indicando que, por primera vez, se están observando correlaciones de protección
en la enfermedad de tuberculosis, esto es muy importante”, celebra el CEO de
Biofabri.
“El estudio de los macacos para
nosotros es blanco y en botella, y por eso estamos muy ilusionados con que el
estudio de eficacia va a funcionar”, manifiesta el doctor Carlos Martín, en
referencia a la siguiente fase de esta investigación. “Ahora tenemos que
definir la dosis correcta para la vacuna; esperamos que dentro de seis meses,
cuando tengamos los datos, se pueda determinar”. Los resultados de la fase III
tardarán en concluirse unos cinco o seis años: “Tenemos que pensar entre uno o
dos años hasta que se desarrolle la enfermedad y que luego solo de un 5 a un
10% de los individuos va a desarrollarla”, indica el microbiólogo.
La de fabricación española no es la
única vacuna prometedora. En el plantel existe otra que hace un año anunció que
había superado varias fases de desarrollo clínico en humanos, la llamada M72,
de los laboratorios GSK y apoyada por la Fundación Gates. Los últimos
resultados, publicados en diciembre de 2019,
revelaron que en los 3.289 adultos infectados en Sudáfrica, Kenia y Zambia, un
54% de protección quedaron protegidos contra la tuberculosis pulmonar activa. A
pesar de que son resultados esperanzadores, García-Basteiro advierte: “El
estudio dice que toda la eficacia se encontró en los casos en Sudáfrica, porque
en los otros dos países demostró protección, con lo cual hay que tener cautela
y esperar el resultado de la siguiente fases del desarrollo clínico, la III”.
Coincide el doctor César Ugarte: “Tenemos que ver cómo se comporta en un ensayo
clínico grande porque, aunque un 54% de protección es suficiente para lo que se
pide, obviamente deseas un poco más”.
¿Qué
falta para lograr una nueva vacuna?
La lentitud en la búsqueda de una
vacuna mejor se explica por factores como la falta de fondos, asegura
García-Basteiro. “Si tuviéramos suficiente dinero, habría muchos más candidatos
y muchos más ensayos que pudieran llegar a identificar uno que realmente fuera
muy prometedor”. De hecho, en el Día Mundial de la Tuberculosis,
que se celebra este 24 de marzo, la OMS ha vuelto a insistir en la necesidad de
invertir como mínimo 13.000 millones de dólares cada año para poner fin a la
enfermedad, así como destinar al menos otros 2.000 millones en investigación
para obtener mejores conocimientos científicos, mejores herramientas y mejores
resultados.
Míriam Alía, experta en vacunación de
Médicos Sin Fronteras, coincide con García-Basteiro en la falta de financiación
y pide algo más: mejores mecanismos de colaboración con los países de alta
prevalencia, porque las vacunas deben probarse en donde la enfermedad sea más
frecuente. “También hace falta que sirvan para quien se enferma más y sufre
mayor mortalidad, que son los pacientes con VIH y otras enfermedades crónicas,
y que sean de fácil aplicación, que protejan de todas las formas de
tuberculosis posibles, sobre todo las severas. Y, si es posible –finaliza– que
sean vacunas termoestables y baratas para facilitar transportarlas a los países
de destino”.
Unos científicos estudian la vacuna BCG contra la
tuberculosis en los laboratorios Task de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica.MIKE HUTCHINGS / REUTERS
El segundo factor que complica
encontrar una inmunización mejor es la naturaleza del bacilo: “A nivel técnico
es difícil probar los fármacos contra la tuberculosis en los ensayos clínicos
pues tienes que esperar a que alguien desarrolle la enfermedad, cuando estos
episodios no son tan frecuentes” indica García-Basteiro. Uno de los factores
que juega en contra de los investigadores es que la tuberculosis es una
enfermedad que tarda mucho tiempo en generar síntomas, y que, además, solo
alrededor del 5% de quienes poseen el bacilo en su organismo acaba
desarrollando la infección. “Necesitas estudios muy caros porque tienes que
seguir a una población en la que la incidencia puede ser, en el mejor de los
casos, de un 1%. Imagina los miles de participantes que tienes que incluir para
poder comparar un grupo de vacuna con un grupo de placebo”, advierte.
Antigua,
pero no mala
Mientras, la BCG se sigue usando y
es, principalmente, porque no hay otra. De hecho, es obligatorio inyectarla a
los recién nacidos en todos los países donde la incidencia es alta. “Solo no se
pone en Australia, Europa salvo Portugal y Estados Unidos”, apunta el doctor
Martín. No obstante, existen otras razones valiosas: “Se ha visto que tiene
efectos inespecíficos sobre otras enfermedades, como la lepra, y también ha
habido muchos estudios que muestran que hace un refuerzo del sistema
inmunológico contra infecciones, sobre todo respiratorias”, añade Alía, de MSF.
Incluso cuando apareció la covid-19 hubo algunos estudios para ver si la BCG podía proteger,
dado que se observó una correlación entre
los países que la inoculan y tasas menores de infección del nuevo coronavirus,
aunque luego se ha comprobado que no era nada relevante.
Carlos Martín va más allá: “La BCG se
utiliza en tratamientos de cáncer de vejiga,
y el año pasado demostramos con el Instituto de Salud Carlos III que en ratones
protegía contra el neumococo”, recuerda. “También hemos publicado en la revista EBiomedicine que
mejora la inmunidad de la vacuna DTP contra la difteria, el tétanos y la
tosferina”. Se refiere a una investigación que ha comprobado que en los países
donde se han combinado ambas inmunizaciones ha habido hasta diez veces menos de
incidencia de tosferina que en aquellos donde no se pone la antituberculosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario